II ESTACIÓN JESÚS CARGA CON LA CRUZ A CUESTAS
La cruz. Instrumento de una muerte infame. No era lícito condenar a la muerte en cruz a un ciudadano romano: era demasiado humillante. Pero el momento en que Jesús de Nazaret cargó con la cruz para llevarla al Calvario, marcó un cambio en la historia de la cruz. De ser signo de muerte infame, reservada a las personas de baja categoría, se convierte en llave maestra. Con su ayuda, de ahora en adelante, el hombre abrirá la puerta de las profundidades del misterio de Dios. Por medio de Cristo, que acepta la cruz, instrumento del propio despojo, los hombres sabrán que "Dios es amor".
Amor inconmensurable: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
Esta verdad sobre Dios se ha revelado a través de la cruz. ¿No podía revelarse de otro modo? Tal vez sí. Sin embargo, Dios ha elegido la cruz. El Padre ha elegido la cruz para su Hijo, y el Hijo la ha cargado sobre sus hombros, la ha llevado hasta el monte Calvario y en ella ha ofrecido su vida. "En la cruz está el sufrimiento, en la cruz está la salvación, en la cruz hay una lección de amor. Oh Dios, quien te ha comprendido una vez, ya no desea ni busca ninguna otra cosa" (Canto cuaresmal polaco). La Cruz es signo de un amor sin límites.
ORACIÓN
Cristo, que aceptas la cruz de las manos de los hombres para hacer de ella un signo del amor salvífico de Dios por el hombre, concédenos, a nosotros y a los hombres de nuestro tiempo la gracia de la fe en este infinito amor, para que, transmitiendo al nuevo milenio el signo de la cruz, seamos auténticos testigos de la Redención. A ti, Jesús, Sacerdote y Víctima, alabanza y gloria por los siglos de los siglos.
COMENTARIO: Jesús nos enseña que no nos debemos rendir fácilmente.
III ESTACIÓN JESÚS CAE POR LA PRIMERA VEZ
"Dios cargó sobre él los pecados de todos nosotros" (cf. Is 53, 6). "Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros" (Is 53, 6). Jesús cae bajo el peso de la cruz. Sucederá tres veces durante el camino relativamente corto de la "vía dolorosa". Cae por agotamiento. Tiene el cuerpo ensangrentado por la flagelación, la cabeza coronada de espinas. Le faltan las fuerzas. Cae, pues, y la cruz lo aplasta con su peso contra la tierra.
Hay que volver a las palabras del profeta, que siglos antes ha previsto esta caída, casi como si la estuviera viendo con sus propios ojos: ante el Siervo del Señor, en tierra bajo el peso de la cruz, manifiesta el verdadero motivo de la caída: "Dios cargó sobre él los pecados de todos nosotros". Han sido los pecados los que han aplastado contra la tierra al divino Condenado. Han sido ellos los que determinan el peso de la cruz que él lleva a sus espaldas. Han sido los pecados los que han ocasionado su caída. Cristo se levanta a duras penas para proseguir el camino. Los soldados que lo escoltan intentan instigarle con gritos y golpes. Tras un momento, el cortejo prosigue.
Jesús cae y se levanta. De este modo, el Redentor del mundo se dirige sin palabras a todos los que caen. Les exhorta a levantarse. "El mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados" (1 Pe 2, 24).
ORACIÓN
Cristo, que caes bajo el peso de nuestras culpas y te levantas para nuestra justificación, te rogamos que ayudes a cuantos están bajo el peso del pecado a volverse a poner en pie y reanudar el camino. Danos la fuerza del Espíritu, para llevar contigo la cruz de nuestra debilidad. A ti, Jesús, aplastado por el peso de nuestras culpas, nuestro amor y alabanza por los siglos de los siglos.
COMENTARIO: Jesús no resiste más y cae.
IV ESTACIÓN JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
"No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin" (Lc 1, 30-33).
María recordaba estas palabras. Las consideraba a menudo en la intimidad de su corazón. Cuando en el camino hacia la cruz encontró a su Hijo, quizás le vinieron a la mente precisamente estas palabras. Con una fuerza particular. "Reinará... Su reino no tendrá fin", había dicho el mensajero celestial. Ahora, al ver que su Hijo, condenado a muerte, que lleva la cruz en la que habría de morir, podría preguntarse, humanamente hablando: ¿Cómo se cumplirán aquellas palabras? ¿De qué modo reinará en la casa de David? ¿Cómo será que su reino no tendrá fin?
Son preguntas humanamente comprensibles. María, sin embargo, recuerda que tiempo atrás, al oír el anuncio del Ángel, había contestado: "Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Ahora ve que aquellas palabras se están cumpliendo como palabra de la cruz. Porque es madre, María sufre profundamente. No obstante, responde también ahora como respondió entonces, en la anunciación: "Hágase en mí según tu palabra". De este modo, maternalmente, abraza la cruz junto con el divino Condenado. En el camino hacia la cruz, María se manifiesta como Madre del Redentor del mundo.
"Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta" (Lm 1, 12).
Es la Madre Dolorosa la que habla, la Sierva obediente hasta el final, la Madre del Redentor del mundo.
ORACIÓN
Oh María, tú que has recorrido el camino de la cruz junto con tu Hijo, quebrantada por el dolor en tu corazón de madre, pero recordando siempre el "fiat" e íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es imposible cumpliría sus promesas, suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en el amor de Dios. Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba, por dura y larga que sea, jamás dudemos de su amor. A Jesús, tu Hijo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
COMENTARIO: Jesús se encuentra con su fuente de inspiración su querida madre María.
V ESTACIÓN SIMÓN DE CIRENE LLEVA LA CRUZ DE JESÚS
Obligaron a Simón (cf. Mt 15, 21). Los soldados romanos lo hicieron temiendo que el Condenado, agotado, no lograra llevar la cruz hasta el Gólgota. No habrían podido ejecutar en él la sentencia, de la crucifixión. Buscaban a un hombre que lo ayudase a llevar la cruz. Su mirada se detuvo en Simón. Lo obligaron a cargar aquel peso. Se puede uno imaginar que él no estuviera de acuerdo y se opusiera. Llevar la cruz junto con un condenado podía considerarse un acto ofensivo de la dignidad de un hombre libre. Aunque de mala gana, Simón tomó la cruz para ayudar a Jesús.
En un canto de cuaresma se escuchan estas palabras: "Bajo el peso de la cruz Jesús acoge al Cireneo". Son palabras que dejan entrever un cambio total de perspectiva: el divino Condenado aparece como alguien que, en cierto modo, "hace don" de la cruz. ¿Acaso no fue El quien dijo: "El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí?" (Mt 10, 38).
Simón recibe un don. Se ha hecho "digno" de él. Lo que a los ojos de la gente podía ofender su dignidad, en la perspectiva de la redención, en cambio, le ha otorgado una nueva dignidad. El Hijo de Dios le ha convertido, de manera singular, en copartícipe de su obra salvífica.
¿Simón, es consciente de ello? El evangelista Marcos identifica a Simón de Cirene como "padre de Alejandro y de Rufo" (15, 21). Si los hijos de Simón de Cirene eran conocidos en la primitiva comunidad cristiana, se puede pensar también que él haya creído en Cristo, precisamente mientras llevaba la cruz. Pasó libremente de la constricción a la disponibilidad, como si hubieran llegado a su corazón aquellas palabras: "El que no lleva su cruz conmigo, no es digno de mí".
Llevando la cruz, fue introducido en el conocimiento del evangelio de la cruz.
Desde entonces este evangelio habla a muchos, a innumerables cireneos, llamados a lo largo de la historia a llevar la cruz junto con Jesús.
ORACIÓN
Cristo, que has concedido a Simón de Cirene la dignidad de llevar tu cruz, acógenos también a nosotros bajo su peso, acoge a todos los hombres y concede a cada uno la gracia de la disponibilidad. Haz que no apartemos nuestra mirada de quienes están oprimidos por la cruz de la enfermedad, de la soledad, del hambre y de la injusticia. Haz que, llevando las cargas los unos de los otros, seamos testigos del evangelio de la cruz y testigos de ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
COMENTARIO: Simón se convierte al ver el rostro de Jesús, ya que, él no creía en Jesús.
VI ESTACIÓN LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
La Verónica no aparece en los Evangelios. No se menciona este nombre, aunque se citan los nombres de diversas mujeres que aparecen junto a Jesús. Puede ser, pues, que este nombre exprese más bien lo que esa mujer hizo. En efecto, según la tradición, en el camino del calvario una mujer se abrió paso entre los soldados que escoltaban a Jesús y enjugó con un velo el sudor y la sangre del rostro del Señor. Aquel rostro quedó impreso en el velo; un reflejo fiel, un "verdadero icono". A eso se referiría el nombre mismo de Verónica. Si es así, este nombre, que ha hecho memorable el gesto de aquella mujer, expresa al mismo tiempo la más profunda verdad sobre ella.
Un día, ante la crítica de los presentes, Jesús defendió a una mujer pecadora que había derramado aceite perfumado sobre sus pies y los había enjugado con sus cabellos. A la objeción que se le hizo en aquella circunstancia, respondió: "¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una obra buena ha hecho conmigo (...). Al derramar este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho" (Mt 26, 10.12). Las mismas palabras podrían aplicarse también a la Verónica. Se manifiesta así la profunda elocuencia de este episodio. El Redentor del mundo da a Verónica una imagen auténtica de su rostro.
El velo, sobre el que queda impreso el rostro de Cristo, es un mensaje para nosotros. En cierto modo nos dice: He aquí cómo todo acto bueno, todo gesto de verdadero amor hacia el prójimo aumenta en quien lo realiza la semejanza con el Redentor del mundo.
Los actos de amor no pasan. Cualquier gesto de bondad, de comprensión y de servicio deja en el corazón del hombre una señal indeleble, que lo asemeja un poco más a Aquél que "se despojó de sí mismo tomando condición de siervo" (Flp 2, 7). Así se forma la identidad, el verdadero nombre del ser humano.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, tú que aceptaste el gesto desinteresado de amor de una mujer y, a cambio, has hecho que las generaciones la recuerden con el nombre de tu rostro, haz que nuestra obras, y las de todos los que vendrán después de nosotros, nos hagan semejantes a ti y dejen al mundo el reflejo de tu infinito amor. Para ti, Jesús, esplendor de la gloria del Padre, alabanza y gloria por los siglos.
COMENTARIO: La Verónica no puede soportar mas ver así a Jesús y le limpia su rostro para darle fuerzas.
VII ESTACIÓN JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
"Y yo gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo" (Sal 22 [21] 11, 7). Vienen a la mente estas palabras del salmo mientras contemplamos a Jesús, que cae por segunda vez bajo la cruz.
En el polvo de la tierra está el Condenado. Aplastado por el peso de su cruz. Cada vez más le fallan sus fuerzas. Pero, aunque con gran esfuerzo, se levanta para seguir el camino:
¿Qué nos dice a nosotros, hombres pecadores, esta segunda caída? Más aún que de la primera, parece exhortarnos a levantarnos, a levantarnos otra vez en nuestro camino de la cruz.
Cyprian Norwid escribe: "No detrás de sí mismos con la cruz del Salvador, sino detrás del Salvador con la propia cruz". Sentencia breve pero que dice mucho. Explica en qué sentido el cristianismo es la religión de la cruz. Deja entender que cada hombre encuentra en este mundo a Cristo que lleva la cruz y cae bajo su peso. A su vez, Cristo, en el camino del Calvario, encuentra a cada hombre y, cayendo bajo el peso de la cruz, no deja de anunciar la buena nueva.
Desde hace dos mil años el evangelio de la cruz habla al hombre. Desde hace veinte siglos Cristo, que se levanta de la caída, encuentra al hombre que cae.
A lo largo de estos dos milenios, muchos han experimentado que la caída no significa el final del camino. Encontrando al Salvador, se han sentido sosegados por Él: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Co 12, 9). Se han levantado confortados y han transmitido al mundo la palabra de la esperanza que brota de la cruz. Hoy, cruzado el umbral del nuevo milenio, estamos llamados a profundizar el contenido de este encuentro. Es necesario que nuestra generación lleve a los siglos venideros la buena nueva de nuestro volver a levantarnos en Cristo.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, que caes bajo el peso del pecado del hombre y te levantas para tomarlo sobre ti y borrarlo, concédenos a nosotros, hombres débiles, la fuerza de llevar la cruz de cada día y de levantarnos de nuestras caídas, para llevar a las generaciones que vendrán el Evangelio de tu poder salvífico. A ti, Jesús, soporte de nuestra debilidad, la alabanza y la gloria por los siglos.
COMENTARIO: Jesús sigue cayendo por culpa nuestra.
VIII ESTACIÓN JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
"Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?" (Lc 23, 28-31)
Son las palabras de Jesús a las mujeres, que lloraban mostrando compasión por el Condenado. "No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos". Entonces era verdaderamente difícil entender el sentido de estas palabras. Contenían una profecía que pronto habría de cumplirse. Poco antes, Jesús había llorado por Jerusalén, anunciando la horrenda suerte que le iba a tocar. Ahora, Él parece remitirse a esa predicción: "Llorad por vuestros hijos...". Llorad, porque ellos, precisamente ellos, serán testigos y partícipes de la destrucción de Jerusalén, de esa Jerusalén que "no ha sabido reconocer el tiempo de la visita" (Lc 19, 44).
Si, mientras seguimos a Cristo en el camino de la cruz, se despierta en nuestros corazones la compasión por su sufrimiento, no podemos olvidar esta advertencia. "Si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?". Para nuestra generación, que deja atrás un milenio, más que de llorar por Cristo martirizado, es la hora de "reconocer el tiempo de la visita". Ya resplandece la aurora de la resurrección. "Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación" (2 Co 6, 2).
Cristo dirige a cada uno de nosotros estas palabras del Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono" (3, 20-21).
ORACIÓN
Cristo, que has venido a este mundo para visitar a todos los que esperan la salvación, haz que nuestra generación reconozca el tiempo de tu visita y tenga parte en los frutos de tu redención. No permitas que por nosotros y por los hombres del nuevo siglo se tenga que llorar porque hayamos rechazado la mano del Padre misericordioso. A ti, Jesús, nacido de la Virgen, Hija de Sión, honor y gloria por los siglos de los siglos.
COMENTARIO: Jesús les da a entender a las mujeres que el se sacrifica y les pide que no pequen por él.
IX ESTACIÓN JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Cristo se desploma de nuevo a tierra bajo el peso de la cruz. La muchedumbre que observa, está curiosa por saber si aún tendrá fuerza para levantarse.
San Pablo escribe: "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 6-8).
La tercera caída parece manifestar precisamente esto: El despojo, la kénosis del Hijo de Dios, la humillación bajo la cruz: Jesús había dicho a los discípulos que había venido no para ser servido, sino para servir (cf. Mt 20, 28). En el Cenáculo, inclinándose en tierra y lavándoles los pies, parece como si hubiera querido habituarlos a esta humillación suya. Cayendo a tierra por tercera vez en el camino de la cruz, de nuevo proclama a gritos su misterio. ¡Escuchemos su voz! Este condenado, en tierra, bajo el peso de la cruz, ya en las cercanías del lugar del suplicio, nos dice: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). "El que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).
Que no nos asuste la vista de un condenado que cae a tierra extenuado bajo la cruz.
Esta manifestación externa de la muerte, que ya se acerca, esconde en sí misma la luz de la vida.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, que por tu humillación bajo la cruz has revelado al mundo el precio de su redención, concede a los hombres del tercer milenio la luz de la fe, para que reconociendo en ti al Siervo sufriente de Dios y del hombre, tengamos la valentía de seguir el mismo camino, que a través de la cruz y el despojo, lleva a la vida que no tendrá fin. A ti, Jesús, apoyo en nuestra debilidad, honor y gloria por los siglos.
COMENTARIO: Jesús ya no puede soportar más y cae por última vez antes de que llegue su triste final.
X ESTACION: JESÚS DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Ya no le queda nada y la humillación va alcanzando cotas impensables. Es despojado de sus vestiduras; está desnudo como Adán, pero mientras que éste se acercó al árbol del conocimiento del bien y del mal con soberbia para ser igual a Dios, Cristo desnudo se acerca al árbol de la cruz con humildad para unir al hombre con Dios.
Nada tiene. Es absolutamente libre y se entrega a Dios. Nada le retiene, nada se lo impide. ¿Qué cubre la desnudez de Jesús? El amor de Dios. No existen ataduras para Jesús. Es libre, absoluta y soberanamente libre: “nadie me quita la vida sino que yo la entrego libremente” (Jn 10,17).
La libertad de espíritu es condición para servir a Dios, ya que nadie puede servir a dos señores. “Mirad –dice san Agustín- el amor del hombre; es como la mano del alma: si coge una cosa, no puede asirse a otra. El que ama el siglo no puede amar a Dios; tiene la mano ocupada. Le dice Dios: “Ten lo que te doy”; mas no quiere dejar lo que tenía, y no puede recibir lo que se le ofrece” (Serm. Guelf. 20,2). Libres nos quiere el Señor, libres porque pagó un alto precio por nuestra libertad: su pasión y muerte. Pero el hombre, antes que la desnuda libertad prefiere la túnica de los apegos y afectos desordenados. No domina su corazón, y un corazón inmaduro y débil busca refugios seguros pagando con la libertad.
Y aquí se comienza el capítulo doloroso y difícil de los apegos, o en lenguaje ignaciano, de los afectos desordenados, que nublan la inteligencia para decidir y disminuyen la fuerza de la voluntad. Ya sólo se vive pendiente y volcado en estos afectos desordenados. Parece como si uno no pudiera vivir sin esos afectos, como si se hundiera el mundo y todo se volviera asfixiante.
El afecto desordenado se apega a cualquier cosa, objeto, o persona; se apega al dinero, al prestigio, a un determinado puesto, cargo o responsabilidad; o bien, se apega a una persona a la que consideramos única, maravillosa, a la que idealizamos y de la que dependemos casi con un enamoramiento sólo afectivo y que suple las carencias de amor del matrimonio o de la situación que vivo, evadiéndome de mi realidad, buscando esa compañía, su palabra, su sonrisa, su ánimo. Engañamos a la propia conciencia diciendo que no hay nada malo o buscamos excusas y pretextos argumentando falsamente para justificarnos ante los demás (“es amistad”, “es apostolado”, “es por cuestiones de trabajo”, etc.). Esto no es sano, se oculta, se disimula ante los demás, porque en el fondo sabe que no actúa correctamente.
Sólo despojándose de las vestiduras se es libre; sólo desenmascarando esos apegos y cortándolos, se es libre para en todo amar y servir a Dios. Sólo cuando, de veras, el amor de Dios es el centro del mundo afectivo, se es libre y se ama a cada persona y realidad en su justa medida, teniendo un orden en el amor y no un desorden interno. Y aquí la enseñanza de san Agustín se vuelve luminosa y liberadora: “Vive justa y santamente aquel que sabe dar el justo valor a cada cosa. Tendrá un amor ordenado el que no ame lo que no se debe amar, ni deje de amar lo que se debe amar, ni ame más lo que se debe amar menos, ni ame igualmente lo que se debe amar más o menos, ni ame menos o más lo que se debe amar con igualdad” (De Doct. Christ., 1,25).
ORACIÓN
A ti te quitaron todo. Te dejaron como viniste al mundo. Los pintores y escultores te han pintado un lienzo alrededor de tu cintura. Pero grande fue tu vergüenza al verte desnudo.
Así nos sentimos nosotros, despojados de nuestra tierra, de nuestro suelo, de la confianza en las autoridades, de oportunidades de estudio para nuestros hijos. Y acá nos dan dólares por una mano, pero nos los quitan por la otra. Todo lo tenemos que pagar nosotros, y a veces la tentación de la comodidad es grande. Al que logra encontrar trabajo, tarde se le hace para alquilar un “depa” mejor, mejor.
Alimentación, diversiones, una camioneta aunque sea usada, al fin que la familia puede esperar, porque ojos que no ven, corazón que no siente.
COMENTARIO: Jesús se deja despojar de todo lo que tenía, nosotros debemos hacer lo mismo con nuestras cosa materiales.
XI ESTACION: JESUS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Jesús es clavado en la cruz. La Sábana Santa de Turín nos permite hacernos una idea de la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús no bebió el calmante que le ofrecieron: asume conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Su cuerpo está martirizado; se han cumplido las palabras del Salmo: «Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (Sal 21, 27). «Como uno ante quien se oculta el rostro, era despreciado... Y con todo eran nuestros sufrimientos los que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba» (Is 53, 3 ss). Detengámonos ante esta imagen de dolor, ante el Hijo de Dios sufriente. Mirémosle en los momentos de satisfacción y gozo, para aprender a respetar sus límites y a ver la superficialidad de todos los bienes puramente materiales. Mirémosle en los momentos de adversidad y angustia, para reconocer que precisamente así estamos cerca de Dios. Tratemos de descubrir su rostro en aquellos que tendemos a despreciar. Ante el Señor condenado, que no quiere usar su poder para descender de la cruz, sino que más bien soportó el sufrimiento de la cruz hasta el final, podemos hacer aún otra reflexión. Ignacio de Antioquia, encadenado por su fe en el Señor, elogió a los cristianos de Esmirna por su fe inamovible: dice que estaban, por así decir, clavados con la carne y la sangre a la cruz del Señor Jesucristo (1,1). Dejémonos clavar a él, no cediendo a ninguna tentación de apartarnos, ni a las burlas que nos inducen a darle la espalda.
ORACIÓN
Tu muerte, oh Jesús, fue cruel e inhumana. Tú ningún mal habías hecho a ningún hombre. Tú te dejaste clavar en la cruz para liberarnos de nuestras culpas. Pero ahora hay quienes condenan sin más ni más a los pobres, a los que no tuvimos escuela, a los que se nos negó un poco de tierra para cultivarla, y ahora se nos margina hasta por motivos étnicos y racistas.
Porque no tenemos ojos azules y pelo rubio, se nos impide trabajar, y cuando encontramos trabajo, no tenemos ninguna seguridad social ni acceso a medios para la salud y para poder unirnos con nuestras familias. Y vemos que se gastan fortunas en contra de la guerra y el terrorismo, y los hombres se preparan para ataques masivos a gente inocente para preservar la seguridad de “la gran nación”. Ayúdanos, Jesús, a no morir en el desconsuelo, cuando nos vemos clavados por la injusticia y el deseo de fácil fortuna de nuestros vecinos.
COMENTARIO: Jesús está llegando al final de su triste experiencia, aunque como todo ser humano se queja nunca renuncio a este castigo.
XII: JESUS MUERE EN L A CRUZ:
Jesús hace el bien hasta el último momento. A pesar del dolor, de las ya escasas fuerzas. Uno de los ladrones, que se llama Dimas, le defiende y le pide que se acuerde de él cuando llegue a su Reino.
- EN VERDAD TE DIGO QUE HOY MISMO ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO, le responde Jesús.
¡Qué bueno es Jesús! Pero a su alrededor todavía son muchos los que le insultan y se ríen de Él. Porque decía que era Dios y que hacía milagros, y sin embargo ahora no puede hacer nada por Él mismo. Benjamín y Cayo oyen sus carcajadas, sus bromas de mal gusto. Pero ellos ya no hacen caso. Jesús, de nuevo, inclina la cabeza. Mira a María, y después a Juan.
- MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO, le dice a María.
- AHÍ TIENES A TU MADRE, le dice a Juan.
María es ya nuestra Madre, y nosotros sus hijos. El regalo que Jesús nos hace es incalculable, el mejor de los tesoros: la ternura de su propia Madre.
De pronto el cielo se pone muy oscuro, como boca de lobo. Los dos niños se abrazan al vestido de María, temerosos. Y oyen a Jesús que clama:
- DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS DESAMPARADO?
Es el colmo de la soledad. Hasta su Padre Dios le abandona. ¿Cómo imaginarnos este desamparo? Está solo, solo, sin nadie, colgado allí, en medio de las tinieblas. Y lo hace por nosotros, porque nos quiere.
- TODO ESTÁ CONSUMADO. PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU.
Ha muerto. Jesús ha muerto. La tierra tiembla y se abren los sepulcros. “Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron”. El oficial romano y los demás soldados tienen miedo. Mario dice:
- “Verdaderamente, éste era hijo de Dios”.
Oración
Jesús sostenido por María, tú desciendes a liberar a todos aquellos que desde el principio de los tiempos han esperado al Salvador. Perdona todas las veces que nos olvidamos de aquellos que han partido antes que nosotros, dejando una marca con su fé, y te pido por todos los que son miembros de la Iglesia.
COMENTARIO: Jesús no soporto mas y encomienda su alma al su padre.
XIII:JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Jesús ya no padece más. De todas y cada una de sus heridas brota todavía sangre. Nos han quitado al Maestro, al Señor, al Amigo. Pero era necesario que Él muriera para que todo cambiara, para que el hombre despertara al fin. Ahí tenemos a Jesús, hecho Sacramento, alimento. Oh Dios, que esta vida, sin Ti, ya no la quiero.
Benjamín y Cayo ayudan a colocar la escalera que el discípulo de Jesús José de Arimatea trae con él, pues ha pedido el Cuerpo a Pilato para enterrarlo. Bajan al Señor con sumo cuidado. Lo recoge María en sus brazos. Todos forman un corro alrededor de la Madre y del Hijo. Cayo sostiene el brazo izquierdo de Jesús, Benjamín el derecho. Los dos observan las llagas de sus manos. La escena es muy emocionante. ¡Cómo abraza y besa María –nuestra Madre- el Cuerpo destrozado de su Hijo! No nos cansamos de mirar tampoco nosotros esta piedad, este cariño...
-Recordad su promesa –dice Juan-, el Señor volverá a estar con nosotros. Él es el verdadero Mesías, el que nos salva del pecado y de la muerte. No tengáis miedo.
- En una ocasión dijo –recordó una de las mujeres- que “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”.
- Y María Magdalena reza en voz alta con unas palabras del profeta Isaías: “Él tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias”.
Cuesta arrancarle el Cuerpo de Jesús a María. Juan la abraza, la consuela, la mima... También los demás. José de Arimatea lo envuelve en una sábana limpia y lo deja en un pequeño carro. El sepulcro no está lejos. Todos le acompañamos. Cayo se queda junto a María. Benjamín sin embargo sube al carro, junto al Cuerpo de Jesús.
El sufrimiento de Jesús ha sido locura de amor. Él nos enseña, con su ejemplo, a no quejarnos tanto, a ofrecer a Dios lo que nos cuesta, lo que no nos gusta. El mérito está en el amor que ponemos al hacer las cosas. Todo tiene sentido para aquel que ama la voluntad de Dios.
La Cruz de Jesús queda ahí, sola, en la cumbre del monte Calvario. Antes de marcharse, sin que nadie se dé cuenta
Oración
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
COMENTARIO: Jesús sube en alma pero su cuerpo es bajado para tristeza de los demás.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
XIV ESTACION: Jesús es sepultado
Benjamín se baja del carro y ayuda a trasladar el Cuerpo de Jesús al sepulcro excavado en la roca. Es niño, pero ayuda. María, mientras tanto, les acompaña, apoyada en Juan y Cayo. Entramos dentro. Hay una gran paz. José de Arimatea deja el Cuerpo de Jesús con sumo cuidado. Huele muy bien. “María Magdalena y María la de José miraban dónde se le ponía”. Antes de salir Juan quiere decirnos algo:
- Dejamos aquí su Cuerpo sin vida, es verdad, pero Él nos dijo que al tercer día resucitaría. Confiad en el Señor, en Jesús, no dudéis de su palabra. Veremos cosas muy grandes. “Para Dios todo es posible”, nos dijo un día camino de Judea. Así que tened fe. Esto no es el fin.
- ¿Y ahora qué hacemos, adonde vamos?, pregunta Cayo.
- Vosotros a casa, que vuestros padres ya deben de estar preocupados. Venga, vamos.
Salimos todos. José y Juan empujan la pesada piedra que cierra el sepulcro. Ahí dentro queda el Cuerpo de Cristo, como en un sagrario. A todos nos cuesta irnos de aquí. Benjamín y Cayo se resisten. Se les acerca José de Arimatea, a quien ya conocen de vista, pues es un hombre muy importante, miembro del consejo de sacerdotes, del Sanedrín:
- Os acompaño a casa.
- Vale, contestan los dos.
Y mientras descienden hasta Jerusalén José les dice:
- Me ha dicho el discípulo Juan que habéis sido muy valientes, ¿es cierto?
Cayo y Benjamín no responden nada. Sólo piensan en Jesús. No dejan de ver su rostro, esos ojos... De pronto echan a correr.
- ¡Esperadme!, les grita José.
Pero es en vano. Corren veloces, entran en la ciudad, y sólo ya muy cerca de la casa de Cayo se detienen. Apenas pueden respirar.
- Benjamín, quedamos mañana aquí. Iremos al sepulcro.
- De acuerdo.
- Mira, dice Cayo.
Y le muestra, en la palma de su mano, uno de los clavos con los que sujetaron a Jesús a la Cruz. Los dos se abrazan. Saben que Jesús es su mejor amigo. Y no le dejarán.
ORACION:
Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Alabada sea la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre.
COMENTARIO: Jesús es sepultado como se sepultaba a los ladrones en esos tiempos aunque él no lo fuera.
XV ESTACION: JESÚS RESUCITA.
El misterio pascual se centra en la Resurrección. La Resurrección es la base de la fe y de la esperanza cristiana. Porque Cristo resucitó, hay Iglesia, hay sacramentos, hay santos.
—Señor, cada día resucitas en los hombres y mujeres que se convierten a tu gracia, que viven de nuevo tu vida. Y esas resurrecciones, tan milagro como la primera, me dejan insensible. ¿Será porque también yo estoy muerto y necesito resucitar? ¿Será porque estoy deslumbrado por el brillo y el confort del mundo? ¿Será porque, como los apóstoles, estoy aislado, víctima del miedo y del pesimismo?
—Señor, que yo viva el misterio pascual. Y que, robustecidas por ello mi fe y mi esperanza, yo sea Iglesia, sea sacramento, sea santo que te haga presente y eficaz en el mundo. Que quien me vea aumente su fe en tu resurrección.
ORACION:
Adorémoste Cristo y te bendecimos que por tu
Santa Cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
Amén.
[El primer día de la semana, María Magdalena y otras mujeres, van a
embalsamar el cadáver de Jesús. Al llegar se encuentran retirada la
piedra de la entrada y un joven les dice JESÚS HA RESUCITADO.]
COMENTARIO: Jesús vence a la muerte y resucita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario